(Gerardo) Che, Tito, ¿tomamos otra?
(Tito)¡No, gracias!, tengo que irme Gerardo,
me esperan temprano. Otro día nos juntamos y volvemos a hacernos los
nostálgicos.
(El loco Sánchez) Nooo, de acá no se va nadie,
¡Tito querido! ¿Cuánto hacía que no nos veíamos? Un pilón, un pilón de tiempo
que no nos damos un abrazo.
(Gerardo) Abrazalo Tito, porque éste, loco
como es, hasta que no lo hagas no te deja de joder.
(Tito) Gerardo, me dijiste que el loco estaba
más tranqui y sigue loco. Me estaba yendo señor Sánchez, de noche no me gusta
manejar, tengo que andar por la ruta, hay muchos locos sueltos.
(El Loco) Quedate Tito, tengo una novedad, una
bomba. Hoy es el día del reencuentro. ¿Saben quién vino, quién anda visitando
el pueblo?
(Gerardo) San Cayetano, que anda buscando
trabajo.
(El
loco Sánchez) ¡Ah!, estás gracioso. El Sordo Gorostiaga, el Sordo volvió. Lo
crucé en la calle y me dijo, a los gritos me dijo; “esperame en el club”. Una
cosa de locos, el Tito y el Sordo volviendo al pueblo el mismo día, mira que se
han cagado a trompadas ustedes dos eh. Bueno ahora ya somos todos grandes y
pelotudos, no se van a agarrar a las piñas.
(Gerardo) Gorostiaga, ¿por acá? Y el flaco
Peregrino también anda.
(Tito) Dios quiera se haya compuesto, era
medio boludón Gorostiaga.
El loco Sánchez) El nombre, ¿cómo era?, no me
acuerdo el nombre.
(Unai Gorostiaga, el sordo) Unai me llamo,
Unai. Buenas tardes, buenas noches.
(El loco Sánchez y Gerardo) Sordooo, qué haces
sordo querido, tanto tiempo.
(Unai Gorostiaga, el sordo)¡Gerardo!, turro
¿no pensas envejecer? ¿Qué comes para mantenerte pendejo? ¿Qué contas Tito?, a
vos loco ya te saludé hoy.
(Tito) ¿Y qué te cuesta volver a saludarlo?
¿De dónde venís? Nunca más se supo de vos.
(Unai, el Sordo) ¿Cómo andan ustedes?,
enserio, mucho tiempo sin vernos, ¿todo normal por acá? Vos Tito, también te
fuiste, ¿no?
(El flaco Peregrino) Buenas noches amigos.
(Tito, el loco y Gerardo) Flacooo, volviste
flaco.
(Tito) ¡Qué alegría de verte, flaco, que
alegría, tantos años sin darnos un abrazo, démonos uno bien grande!
(Unai Gorostiaga, el sordo) Con cuidado, no lo
aprietes demasiado, a veces le suele doler la mandíbula.
(Tito) Si le duele ya me avisará él.
(Unai, El Sordo) Che, anduve caminando un poco
y vi muy poca gente y no conocí a ninguno, tranquila la cosa, ¿no?, nada que
ver con allá.
(Tito) ¿Adónde es allá? No te mandes la parte,
qué… ¿te fuiste a vivir a Japón?
(El loco Sánchez) ¡Uy mamita, se agarran otra
vez! ¿Te acordás Gerardo cómo lo puteaba el Tito al sordo cuándo le cruzaba la
pelota de izquierda a derecha y el wing no la corría?
(Gerardo) Loco, dejate de meter ponzoña.
(El sordo Unai) Estaría mal dado el pase.
(Tito) Qué te vas a poner a hablar de futbol
con éste.
(Unai, el sordo) Che si me siguen ponderando
me van a hacer emocionar. Me ponían porque faltaba gente, ¿y ahora?, son menos
y desconocidos, ¿con cuántos arman el equipo?
(Gerardo) Ya ves, no es lo que vos conociste,
falta mucha gente, mirá cómo serán las noticias en el pueblo que lo que todo el
mundo comenta es la venta del camión del viejo Álvarez, ¿te acordas de Álvarez?
(Unai, El Sordo) No, ¿Álvarez?, no, algunos
recuerdos se me han borrado. Hubo un clic en mi vida, un momento bisagra.
(Gerardo) Ahora vas a hacer memoria, ¿sabes de
qué me estaba acordando Sordo?, mirá qué casualidad, en estos días se van
cumplir 50 años de la tarde aquella que a éste lo rompieron la mandíbula, ¿no,
flaco?
(El loco Sánchez) Cómo te partieron la
mandíbula de una patada, ¿de eso te acordas? El viejo Álvarez fue el que nos
llevó en el camioncito.
(Unai, el sordo) La patada en la mandíbula…
flor de patadón, 54 años se van a cumplir.
(Tito)¿Tantos? No puede ser.
(El flaco peregrino) Siii, hacele caso al
sordo.
(Unai, el sordo) Así como Gerardo no envejece,
vos seguís de bobo y porfiado, ¿Cuántos años teníamos nosotros?
(Tito)No me acuerdo. Y pará la moto con eso de
bobo, porque vos no estás tan bien armado que digamos.
(Gerardo) Esperen, son estúpidos los dos, ¿se
quieren cagar a trompadas?, ahora que están viejos y gagá, no los entiendo.
(El flaco Peregrino) Dejalo que se maten,
siempre se tuvieron bronca, éste, allá no mata ni una mosca.
(Unai, el sordo) Y entonces… ¿para qué
porfía?, en eso está igual que cuando éramos pendejos.
(Tito) Yo me voy, se hizo tarde y para hablar
las mismas boludeces de hace cincuenta años, ¿para qué me voy a quedar?
(El loco Sánchez) Che Gerardo, ¿por qué se
agarraban a los palos, estos tipos?, ¿por alguna minita?
(Gerardo) No, por mujeres no, si les tenían
miedo a las mujeres, en eso se parecían.
(Tito) Yo, parecerme a éste, déjense de
boludear. Y sigue igual, hace una cuestión por cincuenta o cincuenta y cuatro
años, ¿a quién le importa tres años más o tres menos?
(Unai, el sordo) Burro, cuatro es la
diferencia, cincuenta y cuatro te dije.
(Gerardo) Aflojale sordo, no te pongas pesado,
cincuenta y pico de años sin juntarnos y en diez minutos tiras todo a la
mierda. Quedate Tito, si te vas esto termina mal, busquemos estar tranquilos.
(El flaco Peregrino) Estas diferencias se
licúan con un trago, ¿no atiende nadie acá?
(Unai, el sordo)Hace cincuenta y cuatro que me
fui, nos fuimos. Pero tienen razón, perdón Tito. Tomemos un vermut con fernet.
Sé acuerdan cuando le gritábamos; Pocholo, serví la vuelta. Ni plata teníamos,
¿se acuerdan?
(El loco Sánchez) Si, claro que nos acordamos,
¿y vos del viejo Álvarez?
(Unai,
el sordo) No, me quedó algo así como una memoria selectiva. 15 teníamos, 15 más
54, ¿Cuánto te da?, 69 te da, ¿cuántos años tenemos? 69, no están difícil la
cuenta.
(Tito) Yo a éste, le acomodo las ideas con un
mamporro, o se acuerda o se olvida para siempre.
(Unai, el sordo) ¿A quién le vas a pegar,
vos?, estúpido
(El flaco Peregrino) Pará sordo, ¿qué haces?
Acabas de decir que tomemos algo tranquilos y salís con esa. Ustedes tienen 69,
yo tengo 68.
(Tito) Che sordo, ese día casi que ibas a
tener tu primer encuentro cercano con esa especie que usaba minifalda, había
una, con tres dientes menos, que te miraba.
(Gerardo) Pará la mano vos, Tito, pero sí,
claro, ese día había lindas minas.
(Tito) ¡Qué lindos se ponían los partidos!,
eran de hacha y tiza. El que no salía todo raspado era maricón, así se decía.
Éste era malo para la pelota y no miraba mujeres
(Unai, el sordo) Qué no voy a mirar a las
mujeres, siempre me gustaron, el medio bobolón eras vos Tito. Y La pelota
parecía de rugby, picaba para dónde se le antojaba.
(Tito) Que te justificaras a los 15 años por
eso de no poder agarrar la pelota por un mal pique, vaya y pase, pero,
¿ahora?... nosotros sabemos que siempre fuiste malísimo para el futbol.
(Unai, el sordo) Qué decís, enfermito. Ese
partido de futbol, precisamente, fue sólo una excusa, pura cháchara.
(Gerardo) ¿Y para qué fuiste?
(El flaco Peregrino) Yo fui para jugar como
árbitro, nada más que el tipo ese se desubicó.
(Unai,
el sordo) Fuimos a jugar porque al mandamás se le ocurrió quedar bien no sé con
quién, y de paso para quedarnos en el baile, a los jugadores no nos cobraban la
entrada, por eso fuimos. El partido fue una excusa, como siempre. Que lindas
minas, ¿cómo se llamaba la que me gustaba a mí?
(Gerardo)Si no te acordas vos cómo querés que
me acuerde yo.
(Tito) Se hace el agrandado, como si hubiera
tenido un puñado de mujeres con él, cada vez más asco me da escucharlo.
(Unai, el sordo) A vos te meto una piña que no
te la vas a olvidar nunca, viejo ganso.
(Tito) A quién le vas a pegar vos, tirifilo.
(Gerardo) Paren che… ¿son boludos o se hacen?
(El flaco Peregrino) Dejalos, que se saquen
las ganas.
(El loco Sánchez) Por mí que se caguen a
palos. Sordo, siempre hablando mal del futbol.
(Unai, el sordo) Yo hablo como se me dan las
ganas. ¿Quién me va a decir cómo tengo que pensar?, ¿ustedes?, los del campo.
(El loco Sánchez) ¿Estás jodiendo o te crees
de la capital?
(El flaco Peregrino) Dejalo que Tito lo
emboque, a veces se va a la mierda.
(Tito) Vieron que tengo razón, el mismo flaco
dice que es embocable.
(Gerardo) Sentate ahí y te no muevas. Y a vos,
rey del pavimento, te cuento que yo transpiré la camiseta del tricolor. La
pelota es algo sagrado, antes y ahora.
(Tito) Le decís rey y se la cree. Si no
hubiera sido por el partido…al baile, minga que lo iban a hacer, tomá que ibas
a bailar.
(Unai, el sordo) Cómo qué no… la gente va
siempre a los bailes, aunque no haya partidos de futbol. Y… a eso, de los del
campo, lo dije en joda.
(Tito) Menos mal que lo aclaraste, “cheto”.
¿Te acordas cuándo me dijiste; papa guacha?, la paliza que te pegué, ahora me
acordé, cuando dijiste los del campo.
(El loco Sánchez) Paren, que ustedes empiezan
jodiendo y terminan a los garrotazos.
(El flaco Peregrino) Déjenlos,
(Unai, el sordo) No, que vamos pelearnos, ya
pasó el tiempo de esas trifulcas. ¿Y por qué fuimos ahí?
(El loco Sánchez) Si vos lo dijiste recién.
Dejalo Tito, no lo emboques.
(Tito) Yo no sé si nos está cargando o
verdaderamente tiene un problema.
El loco Sánchez) Al milico de acá se le
ocurrió, lo recordaste vos, que debíamos festejar el 25 de mayo haciendo patria
fomentando la convivencia con unos campesinos que no conocíamos, una estupidez.
(Gerardo) Claro que fue una estupidez.
(Tito)La consigna que ellos tenían no era
conmemorar la gesta patriótica, no, ellos entraron a la cancha para quedarse
con el diente de alguno de nosotros, producto de un encontronazo.
(El loco Sánchez) Si el Tito hubiera jugado de
ellos, habría pedido jugar de 3 para bajarlo al sordo, se tenían ganas.
(Tito) Afloja loco, me hicieron quedar para
que parezca que somos civilizados.
(Unai, el sordo) Si, estuvo bravo.
(Tito) A vos, sordo, y a mí nos vieron
tiernitos. Nosotros éramos los del pueblo, teníamos cancha.
(Unai, el sordo) Vos Tito, tenías una pinta de
sobrador que cualquiera quería cagarte a trompadas.
(Tito) Y vos sordo, una cara de pelotudo de la
mamita, y que cualquiera te encaraba.
(Gerardo) Enserio qué ustedes todavía se
tienen ganas, déjense de hincar las bolas, son unos viejos chotos.
(El loco Sánchez) Cómo serán ustedes dos, que
Gerardo da la sensación de ser un tierno.
(Gerardo) Qué experiencia, éramos unos bebés
de pecho, salvo Ayolas, que tenía bigotes grandes. Ellos casi todos unos negros
de músculos exagerados, de pasos prepotentes y sin el más mínimo atisbo de
cortesía.
(Unai, el sordo) ¿Y el campo de deportes de la
escuela?, al lugar adónde encerraban a las ovejas le pusieron arcos. ¿Se
acuerdan que discutíamos porque uno era más grande?
(Tito) Te acordás de todo eso y no recordas al
viejo Álvarez y su camión. No, si es para pegarle un mamporro y que se le
acomoden las ideas.
(Unai, el sordo) Creo que se llamaba Mabel,
¿Mabel o Ester?, uno de esos nombres tenía. El 3 de ellos me dijo que estaba
por cumplir los 15 y que ya la llevaban a los bailes.
(Tito)Qué Sordo hijo de tu madre. Me estoy
desayunando. En lugar de jugar al futbol te pusiste a charlar con la contra,
vos eras el wing derecho y él, tú marcador al cuál tenías que pasar por arriba
y te pusiste a hacer sociales con el enemigo.
(El loco Sánchez) Yo te ayudo Tito, Lo
embocamos en sociedad al sordo, se vendió, fue para atrás en ese partido.
(Gerardo) ¡Ah!, pero qué boludo que sos vos,
¿cómo va a ir para atrás?, si menos que ese juego no existe.
(Unai, el sordo) Me acuerdo que en un momento
la pelota, ponele que se pueda llamar pelota a eso.
(Tito) Habló el jugador de primera que
únicamente jugó con una Sportlandia.
(Unai,
el sordo) Como si fuera hoy me acuerdo mirá, el bofe se fue para afuera de la
cancha y la piba me la iba a alcanzar, yo, medio transpirado y todo, pensé en
decirle: -gracias, esta noche bailamos-, y la vieja se la sacó de las manos y
me alcanzó ella a la pelota.
(Gerardo) Sordo, la pelota era casi nueva, lo
qué pasó es que se mojó y viste, esas que no son de marca no aguantan un
chaparrón, por ahí la noche anterior llovió y la habían dejado afuera, que se
yo. Para eso no había como la Pulpo.
-(Unai, el sordo) Loco, lo que tenía la Pulpo
era que si el que pateaba le pegaba fuerte siempre fue preferible que te
metieran el gol, si te agarraba te desmayaba.
(El loco Sánchez) Yo era arquero, vos me viste
Sordo, y no se me pasaba por la cabeza que iba a dolerme, no querido, pensar
que un tipo entraba a la cancha
con la idea de esquivar un pelotazo era imposible, y en todo caso;
imperdonable.
(Unai, el sordo)Loco,
¿por qué imposible?, yo no iba a hacerme hacer un hematoma, y a la noche tener
que explicarle a la nena que el fiero Gornacho, que le pegaba como una mula, me
aplastó la mejilla de un balinazo.
(Tito)¿Entrabas a la
cancha pensando en eso? Qué cagón Sordo, que cagón. Ahora ya pasó, pero te lo
dije cuando teníamos 13 años, qué cagón.
(Unai, el sordo) ¿Y
vos quién te creías que eras? Un pendejo soberbio y nada más.
(Tito)Vos y todos los
nenes de mamá que no se rayaban las patas, con los pastos duros, querían jugar
con una pelota profesional, como los jugadores de primera, solo que a ustedes
les faltó aprender a patear.
(Unai, el sordo)
Volviendo al tema, la gran mayoría no preguntaba cómo era la pelota, todos
preguntábamos que orquesta venía.
(El loco Sánchez)
Nosotros no deberíamos haber hecho el cuarto, con un 3 a 0 estábamos bien, si
ellos nos metían 1 ahí si acelerábamos y listo, ya estaba hablado, pero Ayolas
siempre fue igual de fanfarrón, se quiso lucir gambeteando 3 veces al arquero, ¿se
acuerdan del negro grandote?
(Gerardo) ¡Qué ganso
este Ayolas!, y se le rio… una hecatombe fue aquello. Pobre flaco Peregrino, la
ligaste sin querer. A la patada voladora se la tiraron a Ayolas. ¿Porqué
quisiste meterte corriendo para separar?, ¿se acuerdan quién tiro la voladora?
(El flaco Peregrino)
No lo vi.
(Unai, el sordo) Siii,
ahora si me acuerdo, Mabel se llamaba, me acuerdo porque yo había tenido otra
novia que se llamaba Mabel, por eso se me refrescó la memoria. La madre no
salía de al lado de ella, debía ser una vieja metida.
(El loco Sánchez)
¿Podés dejar de decir estupideces?
(Tito) Pregunto, a vos
sordo, ¿siempre se te mezclan los tantos así? Estamos hablando de un partido y
salís con una boludes.
(El flaco Peregrino)
Allá es un señorito, parece que acá tuvo una regresión.
(Gerardo) No se
acuerda. Se pudrió todo cuando nos
quedamos sin referee, con la fractura expuesta de la mandíbula de éste, pobre
flaco.
(El loco Sánchez) ¿Te
acordás flaco que habías recortado 2 cartulinas?, una tarjeta roja y otra
amarilla, con semejante sacudón se te volaron del bolsillito de la camisa negra
que te habías puesto para dirigir, se volaron como volaron tus ilusiones de ser
referee profesional. Che sordo, ¿para eso tampoco te funciona la memoria? ¿De
nada te acordas?
(Tito) Parece que lo
veo al flaco agarrándose la carretilla con las 2 manos y me agarra escalofrío.
(Unai, el sordo)Siii,
cómo no recordar ese momento, tenía una pollera a cuadros, con franjas marrones
y amarillas, corta, arriba de la rodilla y una polera roja, ah, una gorra a
cuadros, que le hacía juego con la pollera, le cubría parte de la cabellera negra.
(El flaco Peregrino)
Ven… por eso les hablo de su regresión.
(Tito) Qué dije yo,
éste, está chapita. Si acá hubiera, aunque sea una sala de primeros auxilios lo
internábamos.
(Gerardo) Del
despelote del final te acordas, a vos te digo, sordo, mirame… cuándo Ayolas
salió corriendo para que no lo emboquen y se llevó la de gajos y la escondió en
el camión, ¿te acordas?
(Unai, el sordo)A la
tarde tenía esa pollerita que les dije, pero a la noche se apareció con un
pantalón ajustadísimo color negro, camisa blanca y el pelo suelto. ¡Ah! Y la
vieja al lado.
(El flaco Peregrino)
Che, Unai, bajá a la tierra.
(Tito) Uy, mamita mía,
yo a éste, enserio, lo internaría, tiene un pedo mayúsculo.
(El loco Sánchez) Lo
que yo me acuerdo es que fuiste el único que te quedaste, nos cambiaste por una
nena que ni conocías.
(Gerardo) El viejo
Álvarez se recontra calentó porque le pedíamos que acelerara para salir de ese
infierno, pero más se enfureció cuando se dio cuenta que había estado
esperándote al pedo.
(El loco Sánchez) Si
no hubiera sido que él se quería rajar, el viejo te cagaba a trompadas.
(Gerardo) Todos
estábamos en fila para retorcerte el cogote.
(Unai, el sordo) ¿Tan
mal les cayó?
(Tito) Ojalá que la
mina no le dé pelota y que algún mamado que anduviera por ahí lo cagara a
trompadas-, esos eran los ruegos, el deseo unánime, arriba del camión.
(Gerardo) Ayolas era
el que más quería que te pasara algo de eso que habíamos implorado.
(Unai, el sordo) Les
cuento, me hice amigo del hermano, del gran wing, el número 11, le dije que se
parecía al negro Ortiz, uno que jugaba en San Lorenzo, era el único wing
izquierdo que yo sabía que existía.
(Gerardo) Yo también
jugaba de wing izquierdo.
(Unai, el sordo) Lo
felicité después del partido por el gran jugador que era, justo cuando la
hermana se arrimó para saludarlo también. Fue ahí que le pregunté el nombre,
Mabel me dijo, en ese momento todavía andaba con la pollera a cuadros.
(Tito) Sordo traidor.
Te estás exponiendo, yo te aviso.
(Unai, el sordo) En
una de esas nos llamaron para comer algo, cortaron chorizos y trajeron unas
galletas. Vino en damajuana me querían dar, - nooo, no tomo alcohol-, les
respondí, no podía hacer un papelón.
(Tito) Te juro Sordo
que hablás y me haces acordar de la bronca que teníamos todos arriba del
camión… te encajaría una piña ahora mirá, todo por una nena.
(Unai, el sordo) Qué
estaba por cumplir los 15. El 3 me contó que estaban engordando un chancho para
hacerlo chorizos para la fiesta.
(El loco Sánchez) Bajá
un cambio, Tito, pará, porque vas armar otro quilombo.
(Gerardo) Bueno Sordo,
te quedaste al baile, ¿y? El flaco Peregrino y vos desaparecieron y
reaparecieron casi juntos, pero el flaco estuvo internado, cuando le acomodaron
un poco la carretilla lo llevaron a Buenos Aires.
(El loco Sánchez) A Morón me dijeron que se
fue porque ahí cerca había un hospital en el que le iban a hacer una cirugía
reparadora y no se supo más nada hasta ahora.
(El flaco Peregrino)
Sabían dónde estaba, pero no fueron a visitarme.
(Tito) Tenés mucha
razón, flaco. Me contaron que hoy te han visto caminando por las calles del
pueblo.
(El loco Sánchez) Yo
te conté
(Tito) Y con respecto
a vos, acá se comentó que el viejo de la nena te había llevado a trabajar con
él al campo. ¿Sos propietario de una extensión agraria?, ¿oligarca en 4x4? Me
haces reír, la gente se olvida de sus orígenes muy fácilmente.
(Unai, el sordo) ¿Eso
se decía?, no muchachos, nada de eso, frio, frio.
(Tito) ¿Y adónde te
metiste todo este tiempo? ¿Te haces el misterioso con nosotros? Rajá Sordo,
rajá.
(Unai, el sordo) ¡Que
misterioso!, yo estuve al lado del flaco Peregrino.
(Tito) ¿Te fuiste a
hacer curar la sordera o la locura?, jajaja.
(Gerardo) ¿No me digas
que te fuiste a cuidarlo y te quedaste allá renunciando a la familia?, a la
nena, a los que te queríamos, eso es ser un gran amigo.
(Tito) ¿Qué lo
queríamos? Si nosotros nos fajábamos día por medio.
(Gerardo) Qué
orgulloso estarás flaco por tener un ladero, alguien con vos. Ese compañero que
no tuvo ni un reparo en dejar todo para cuidar al prójimo, al que necesita.
Dejame que te dé un abrazo y quiero que sepas disculparnos a todos los que te
deseamos lo peor, pensando que solo habías visto la falda corta de esa niña,
que esa mirada te había llevado por el camino de la ceguera y del olvido.
(Tito) Paaa, todo eso
te salió de una, Gerardo, jamás habías tirado tanto palabrerío como hoy, así,
todo amontonado. Pareces un locutor.
(El loco Sánchez)
Perdón, Sordo, por pensar mal.
(Unai, el sordo) ¡Qué
loco que están!, qué película se están haciendo. Les cuento, yo me había ido
preparado, en el bolso llevé una muda para cambiarme, me la había comprado para
estar a tono con las circunstancias, buena pilcha, mejor percha.
(Tito) Siempre fuiste
un fanfarrón y lo seguirás siendo.
(Unai, el sordo) A
vos, es mejor no escucharte. Para hacerla corta vamos al grano. Empezó a tocar
la orquesta y como nunca se largó con los lentos, era la mía, viste que siempre
empiezan bien arriba, a sacudir el esqueleto, bueno, esa noche no, salieron con
los melódicos.
(Tito) Y… porque te
han visto, habrán dicho: está el romántico, vamos con los lentos. Es sordo e
insufrible.
(Unai, el sordo)
Dejame hablar, mal educado. Dejé pasar el primer tema, “Adiós chico de mi
barrio”, ese gran éxito de Tormenta, tocó la orquesta para presentarse,
“Noelia”, de Nino Bravo, fue la segunda y ahí sí, levanté la vista buscándola.
(Tito) Qué pelotudo,
buscándola como en una cacería. Siempre se dejó pasar una presentación y
después se iba al grano.
(Unai, el sordo) No
pienso contestarte. Mabel venía caminando hacia mí, todo a pedir de boca, me
miraba disimulando, haciendo como que su punto de vista era otro, pero el
sugerente brillo de sus ojos tenía un único destino.
(Tito) Y sí, Juan
Tenorio, habrá dicho la nena.
(Unai, el Sordo) El
corazón se me aceleraba cada vez más. Ella se meneaba muy elegantemente a cada
paso, tenía que cruzar la pista, ¿la cruzaba ella o la cruzaba yo? ¿Qué hace un
caballero en circunstancias similares?
(Tito) Fuiste al
encuentro, me imagino.
(Unai, el sordo) Eso hice, fui al encuentro
canturreando… la tomé de un brazo, más precisamente del izquierdo e intenté
llevarla hacia la zona más poblada de bailarines, cuando de repente, un morocho
grandísimo, el arquero, que había salido no sé de dónde, viniendo detrás de mí,
me dijo: está conmigo.
(El loco Sánchez) A la
pelotita.
(Unai, el sordo)
Cuando desperté con cañitos y cables enchufados por todos lados, una enfermera
me dijo que hacía 60 días que estaba ahí con politraumatismo y fracturas
varias.
(El flaco Peregrino)
Echo pelota estaba, yo lo vi.
(Gerardo) ¿No les
dije?, eran unos marginales que no medían consecuencias.
(El loco Sánchez) ¿Y
te dolía?
(Tito) Más bien,
estaba todo roto. Pienso y se me pone la piel de gallina.
(Unai, el sordo) Que tenía para unos cuantos
meses más para la rehabilitación, me dijo.
(Gerardo) ¿Y vos
flaco?, ya estabas bien, ¿o no?
(El flaco Peregrino)
Seeee, tomaba la sopa con bombilla, pero estaba en perfectas condiciones, salvo
que faltaba enderezar algún hueso de la cara, casi todos los otros estaban en
su lugar.
(Unai, el sordo) La
chica me contó que nos habían llevado en la misma ambulancia, que 2 camillas
medias ajustadas entraron y aprovecharon el viaje.
(Tito) ¿Y después qué
hicieron?
(Unai, el sordo)
Cuando estábamos de alta nos quedamos a trabajar en el hospital, fuimos
camilleros, ahora ya estamos jubilados. No jugamos más a la pelota y a los
bailes tampoco he ido. Un día, hace poco, jugaban los camilleros contra los de
ordenanza y le preguntaron a éste: che, ¿no queres ser el referee? Nooo, ni
loco, les contestó Peregrino agarrándose la cara. Cuando hay tormenta al flaco
le molestan los fierros que tiene puesto en la carretilla y a mí me duelen
todos los huesos.
(El flaco Peregrino)
Nooo, que se rompan los cuernos entre ellos.
(El loco Sánchez)
Menos mal que es solo cuando hay tormenta, Sordo.
(Unai, el sordo) Y eso
tiene que ver con que haya perdido un poco la memoria. Esa fracción de segundo
me cambió la vida.
(Tito) Sordo, el que
es una mala leche es Ayolas, si le cuento lo que te pasó se te va a cagar de
risa. 54 años, como pasa el tiempo che.
(Unai, el sordo) Tito,
haceme un favor, decile a Ayola, de parte mía decile, ¡que se vaya a la puta
madre que lo parió!
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(Gerardo) ¿Y cómo fue
la historia allá?
(Unai, el sordo) Al
principio muy difícil. A mi mamá en las primeras cuatro veces que fue a verme
no la reconocí,
(Tito) ¡Ah!, pero te hiciste
grande y la boludes no se te pasó, ¿cómo no vas a conocer a tu madre?
(Unai, el sordo) Mirá
Tito, me estás cansando, no seas bobo, pareces un pendejo.
(Gerardo) Pará Tito,
dejalo
(Unai, el sordo) Mi
registro estaba solo en la voz de la enfermera Susana y ella me retrasmitía lo
que mami me decía. De a poco me iba contando cosas que pasaban y con su
paciencia Susana, con toda su sabiduría, hacía que yo entendiera.
(Gerardo) Y esa
enfermera sería como tú mamá, ¿una persona mayor? Vieron que ese tipo de gente,
acostumbrada a ponerle el hombro a los enfermos, con el tiempo se hacen de la
familia, más en tú caso que pasaste tanto tiempo jodido.
(El loco Sánchez) A
mí, una vez, me agarró una para ponerme una vacuna, y me hizo parir, hay de
todas.
(Unai, el sordo)
Susana no era una persona mayor, Susana tenía cinco años y medio más que yo,
era diferente, al curarme me acariciaba, toda ternura.
(Tito) Te calentaste,
siii, te calentaste con la enfermera. Se calentó con la nena, que todo lo qué
pasó fue que corría frente a ella, con ésta que le pasaba la mano por la
espalda, imagínense.
(Unai, el sordo) Sos
un tipo tan vulgar como cuando eras pendejo, te fue imposible madurar, y ahora
ya está, sos irrecuperable.
(Tito) A estos que se
las dan de que son de la capital y viven en cualquier suburbio habría que
cagarlos a palos para que no se hagan los cafiyos.
(Unai, el sordo)
Tarado, no ves que sos estúpido, ¿sabes lo que quiere decir cafiyo? El que sos
un rufián sos vos.
(Gerardo) Paren,
paren, se dejan de joder porque si no los agarro del cogote un rato a cada uno
y les hago pasar la adrenalina.
(El loco Sánchez)
¿Adrelaqueee?
(Unai, el sordo) Si,
perdón, tengo que aprender a dejar pasar algunas cosas. Demasiado me ha
maltratado la vida.
(Tito) Y ahora se hace
la víctima. Capaz que él dice la vistima, vieron que los de Buenos Aires
arrastran la “S”.
(Gerardo) Pará, no
seas pelotudo, con lo mucho que te aprecio me estás obligando que te agarre del
cogote.
(El loco Sánchez)
Aflojá Tito, mirá que a éste se le pasaron los años y no cambió nada, eh, el
otro día manoteo a uno con un cogote así de grueso y lo dejó morado, ¿o no se
acuerdan cuándo Gerardo se enloquecía?, bueno, sigue igual, pero con menos
control.
(El flaco Peregrino)
Está linda la reunión, como antes, que se generaba una discusión para pelear.
Déjense de joder, ¿no habrá algún tema que valga la pena? Vos sordo, hace
cincuenta años que no discutís con nadie.
(Unai, el sordo)
cincuenta y cuatro.
(Tito) Serán los aires
del campo, como él dice, la ciudad tranquiliza, pacifica.
(Gerardo) Bueno che,
cuenten, ¿cómo son sus vidas allá?
(El flaco Peregrino)
Calculo que igual que acá, con más gente, más barullo, más despelotes. Me casé
tres veces, bah, me junté con tres mujeres y con las tres me pasó lo mismo, al
principio todo bien y después me cansé. Las tres fueron un calco.
(Unai, el sordo) Se
cansaron las mujeres. Éste sí que se salvó de pedo que unas cuantas veces lo
fajaran por pata ‘e lana.
(El flaco Peregrino)
“Ventaja que da el querer cuando el cristiano es buen mozo”, dijo Martín
Fierro.
(El loco Sánchez) ¿Con
esa cara chueca y remendada?
(Gerardo) Callate
pelotudo.
(El flaco Peregrino)
Dejalo, si nos estamos cagando de risa.
(Unai, el sordo) Mi
historia es diferente.
(Tito) Sí, ya sé, te calentaste
con la enfermera.
(Gerardo) ¿Lo dejas
hablar? Aunque sea por un ratito ubicate.
(Unai, el sordo) Como
les decía, bah, después de tanto despelote no sé qué les conté. Susana y yo,
después de mis nanas fuimos pareja, fue algo tan lindo mientras duró. La
verdad, me hizo conocer el amor, ese amor que dura toda la vida, no sé si soy
claro.
(El loco Sánchez) Y si
fue tan lindo, ¿porqué decís, hasta que duró? ¿Porqué no duró?
(El flaco Peregrino)
Es una historia triste, pero mejor que la cuente el sordo, si quiere.
(Tito) Si la va a
contar sin agrandarse, sin hacerse el héroe, que le meta nomás.
(Unai, el sordo) No te
soporto más, tomá, por bocón e hijo de puta.
(Tito) ¡Ay!, me
rompiste la nariz, ¿te crees que te la vas a llevar de arriba?, cagón y
traicionero.
(Gerardo) Paren
carajo, porque les meto un mamporro a cada uno y se van a acordar de por vida,
¿son pelotudos?
(El loco Sánchez) Sí
Gerardo, son muy pelotudos.
(El flaco Peregrino)
Vení Tito, que te lavo la cara, ¿tienen algodón para taparle nariz?
(Gerardo) No, llevalo
al baño y tapónalo con papel higiénico, y que se vaya a la mierda, que vuelva
cuando se le pase la pendejada.
(Unai, el sordo)
Perdón, me sacó. No soy violento, pero me sacó.
(El loco Sánchez) Dijo
el flaco Peregrino que allá no matas una mosca, que en cincuenta años no
levantaste la mano a nadie.
(Unai, el sordo)
Cincuenta y cuatro… cincuenta y cuatro años hacía que pegué la última gran
piña, y se la pegué al mismo gil del Tito. Siii, todas las mañanas le hago una
marca al almanaque, día por día, mes por mes, año por año. De esa piña no me
olvido más, y seguro que él tampoco.
(Gerardo) Te acordas
con tanta precisión de la última piña, y no te acordás del camión del viejo
Álvarez. Qué loca tenés la cabeza, amigo.
(El loco Sánchez)
Naaaa, ¿lo tenés contados a los días? ¿Quién dijo que le tenés ganas? ¿Y por
qué se tuvieron ganas toda la vida?, ¿se puede saber?
(Unai, el sordo) Una
estupidez, pero a mí me cayó mal. En primer grado, no me olvido más, 15 de
octubre, el cumpleaños de la señorita, le llevé un ramo de pimpollos de rosas
de regalo con una tarjetita que decía que la amaba cómo a mí segunda mamá, se
acuerdan que en aquella época se decía así, por lo menos a la seño que
queríamos, y les cuento, el muy desgraciado, que no le había llevado nada,
cambió la tarjeta y quedó como el alumno preferido, la señorita la agradeció y
le dio un beso, a mí me dio tanta rabia, me puse tan nervioso, que no le pude
decir que el ramo era mío, me quedé mudo.
(Gerardo) Si, me
acuerdo, pero ese rencor te duró cincuenta años, aflojá.
(Unai, el sordo)
Sesenta y dos años hace que me robó el ramito.
(Gerardo) ¿Estás más
tranquilo ahora?
(Unai, el sordo) ¿Va a
volver el Tito? Si vuelve lo emboco de Cayetano.
(Gerardo) No, si
vuelve yo me encargo, quedate tranquilo. Es mi amigo, pero a veces hay que
encarrilarlo.
(El loco Sánchez) ¿Y
cómo fue la historia con esa mina?, digo… con esa chica
(Unai, el sordo) Lo de
esa chica decís… esa mujer se metió en mi vida y me cambió.
(Gerardo) Vos sabes
que de romanticismo yo sé poco o nada, pero me parece que cuando hablas de ella
se te cambia la cara.
(El loco Sánchez) Ah,
bueno, de matón a poner un consultorio sentimental, detector de miradas
enamoradas. ¿Qué me decís?
(Gerardo) Que te
calles y lo dejes hablar a Unai.
(El loco Sánchez) Pero
qué hijo de puta que sos Gerardo, para sacarle un chusmerío te haces el meloso
y le decís Unai, en la perra vida le dijimos Unai.
(Gerardo) Y vos que lo
vas a llamar por el nombre se no te acordabas.
(El loco Sánchez)
Tenés razón, siempre tenés razón Gerardito. ¿Cómo fue la cosa con la chica,
Unai?
(Unai, el sordo)Dos
meses o más, para mi madre habrán sido un calvario, porque por más que mi
hermana le dijera: -no lo busques que no sirve para nada-, porque es seguro que
mi hermana le ha dicho así reiteradas veces, siempre lo decía.
(El loco Sánchez) Tú
hermana era media rara.
(Unai, el sordo) Yo y
mi hermana dejamos de tratarnos desde que tenía… parate un cacho, ¿qué
tendríamos?, yo nueve y ella once años, soy dos años menor, te decía desde
aquella discusión fea que tuvimos no nos hablamos más.
(Gerardo) ¿Y la chica?
¿Cómo fue la historia con la chica?
(Unai, el sordo) Como
les contaba, los primeros días de mí desaparición forzada la pobre vieja ha
sufrido mucho. En una de las visitas le contó a Susana, ya les dije que
hablaban entre ellas y la única voz que yo reconocía me lo susurraba despacito
al oído.
(El loco Sánchez) Al oído, que interesante se
está poniendo esto, pordió.
(Gerardo) Callate, no
interrumpas.
(Unai, el sordo) Mami
le contó a Susy, que uno de los que jugaron ese partido, le chamuyó que al
flaco Peregrino le habían pegado una paliza bárbara, que le destrozaron la
cara, y que lo trasladaron en ambulancia, no sabía adónde y que yo me había
enganchado con una mina que me llevó con ella. Mami se dio cuenta que el pibe
hablaba enserio, pero no se tragó esa supuesta verdad, a los quince años así
porque sí no me iba a ir de mí casa. Mami nos contó que fueron días muy duros,
que ya no sabía por dónde buscarme, y sola, mi hermana no la acompañaba ni
loca.
(Gerardo) Pobre tu
madre.
(Unai, el sordo) Se
recorrió todos los lugares posibles de la zona y nadie sabía que decirle. No sé
en qué salita de primeros auxilios de algún pueblo vecino, la que daba ordenes
ahí, le gritó: no pierda el tiempo doña, los pibes de ahora son todos vagos,
cuando se cague de hambre va a aparecer. A mami le cayó muy mal, porque esa
mujer, desubicada, le había contestado de la peor manera. La pobre vieja habrá
recorrido muchos caminos para encontrarme, bah, en ese tiempo no era vieja.
(El loco Sánchez)
¿Cuántas piedras habrá tenido que sacar de la huella en su derrotero?
(Gerardo) Loco, a eso
lo leíste en la parte de atrás de la hojita del almanaque, esas no son palabras
tuyas, como que me llamo Gerardo, mirá.
(El loco Sánchez)
Callate y dejalo hablar o te agarro del cogote, jajaja.
(Unai, el sordo) De
las piedras en el camino decis, seguramente no fueron pocas. Hasta que una
tarde llegó un policía a casa con la noticia de que lo habían llamado de un
hospital del gran Buenos Aires, para avisarle que yo estaba internado ahí. Mami
se tomó el primer tren que consiguió y se apareció allá en el hospital. Yo,
apenas veía una silueta en el espejo y no me daba cuenta que veía, y Susana que
siempre tuvo mucho tacto para manejar a los enfermos nunca destacó mi estado,
pero mami cuando me vio le dijo a Susy, que no podía creer que yo estuviera
así.
(El loco Sánchez) Así,
cómo.
(Unai, el sordo) Todo
envuelto en gazas.
(Gerardo) Una cagada y
una alegría por haberte encontrado.
(Unai, el sordo) Nos
saludamos a la distancia, no podía abrazarme, a mí me dolía todo el cuerpo,
recién habían pasado sesenta y pico de días desde cuando mi vida tuvo un
quiebre, bah, varios quiebres y con desplazamientos. Pero qué contentos
estábamos los dos… o los tres, mejor dicho, a mí no se me notaba por las
vendas, a Candelaria sí, Candelaria es el nombre de mami, ¿se acuerdan?
(El loco Sánchez) Sí,
claro.
(Unai, el sordo) Todo
eso me contó Susana cuando yo empecé a entender. Para la cuarta visita los ojos
se habían deshinchado un poco y ya identificaba a las personas, qué alegría
tenía yo de verla, aparte de reconocerlas por la voz, la de Susana era
inconfundible. A mi viejita también se le notaba que estaba muy feliz. Susana,
empezó a quererla también.
(El loco Sánchez) Tú
mamá, la enfermera y vos al medio.
(Gerardo) Callate, no
lo interrumpas.
(Unai, el sordo) Mami,
siguió visitándome hasta que me dieron el alta, y después también, aunque
cuando consideró que mi estado había mejorado y yo ya trabajaba, las visitas
fueron esporádicas, pero no le contó a nadie, mucho menos a mi hermana, total
desde aquella pelea que tuvimos ella nunca me habló, ni una palabra, bueno, no
es tanto así, algunas veces se dirigía a mi recordándome las ganas que tenía de
que me fuera al carajo.
(El loco Sánchez) Ya
te dije, tu hermana era muy rara.
(Unai, el sordo) Con
la gente del pueblo se había enojado mami, con vos Loco ni te cuento. Me decía
que ella había pedido ayuda para encontrarme y nadie le dio bolilla. La mayoría
le retrucaba que yo era un desagradecido, que había olvidado mis orígenes, qué
por una mocosa, que además de ser linda, era futura heredera de una porción de
campo, yo había echado a la hoguera a mis raíces, que para mí los afectos
tenían un valor secundario, porque habiendo viajado todos juntos, por un
arrebato, tan sólo un arrebato sentimental, los dejé en el rincón del olvido.
Atando cabos, cuando poco a poco fui recuperando algo de memoria, se me ocurrió
pensar que ese ha sido Ayolas, que nunca me quiso y se consideraba más leído
que el resto, siempre se descolgaba con una frase con sentido poético, él se lo
creía así, pobre infeliz.
(Gerardo) Listo, eso
ya pasó, ¿y la enfermera?
Unai, el sordo)
Siempre me curó y me cuidó la misma enfermera, no por mucho, pero era algo
mayor que yo. Linda mujer, unos modales hermosos. Cuando empecé a escuchar,
ella fue la que me ubicó, yo no sabía dónde estaba, no me acordaba como me
llamaba. Gracias a Dios que el día del partido había llevado mis documentos,
una cédula tenía.
(Gerardo) ¿Te acodas
Loco cuando nos dieron el documento nacional de identidad? Vos Unai, ya habías
cambiado de domicilio. A nosotros ya nos dieron las chiquitas, no hacía mucho
que las habían cambiado. Me acuerdo que el ganso de Ayolas, que era más viejo,
tenía la libreta de enrolamiento, parecía un cuaderno de grande que era. ¿Te
aburrí?
(Unai, el sordo) No,
métanle, pregunten.
(Gerardo) ¿Y la
enfermera?
(Unai. El sordo)
Susana, la enfermera, me curó primero las heridas del cuerpo y con paso del
tiempo las del corazón. Yo estuve en recuperación un año y pico, y Susana firme
al lado mío, ella me creó el hábito de leer, todas las mañanas se aparecía con
el diario, cuando a mí me durmió el negro infame ese, estaba Onganía de
presidente, a Susana no le gustaba, a mí me daba lo mismo, yo no entendía nada,
- de esto tenés que saber-, me decía mientras me atendía. Cuando mataron a
Aramburu, lo leí en voz alta para que se enterara, después de hacerme los
masajes, -“que Dios nuestro señor se apiade de su alma”- dijo sin sacarle la
vista al mate que rezongaba por falta de agua. Yo seguía sin entender, después
con su habilidad me cambió de tema. El tiempo al lado de Susana volaba, corría
más fácil. El día que me operaron la pierna izquierda para que se pareciera un
poco a la derecha, estaba Cámpora de presidente, y cuando reaccioné de la
anestesia, ocupaba el sillón Lastiri, y cuando me quise acomodar llegó Perón. Susana
estaba contenta con Perón en la presidencia, yo no, yo venía de cuna radical.
El único presente perteneciente a mi padre fue una boina blanca que toda la
vida estuvo colgada en un perchero, fue lo único que dejó cuando se fue de
casa.
(El loco Sánchez) No
me acuerdo de tu padre.
(Gerardo) ¿Para esa
pelotudez lo interrumpís?
(Unai, el sordo)
Susana me cambió la vida, yo me despertaba a las cinco de la mañana porque
sabía que a las seis Susy aparecía en el cambio de turno. Conmigo siempre tuvo
una atención especial, al principio yo la miraba hasta con vergüenza, si bien
era joven, era mayor que yo, veinte tenía en esa época, en aquellos tiempos era
inimaginable que se me ocurriera faltarle el respeto mientras me bañaba. Cuando
me decía vamos a higienizaaarrr, ¿les dije que tenía la costumbre de estirar la
última sílaba?, ahí me agarraba la timidez, pero ella lo hacía con total
naturalidad y un día que la ducha se había hecho larga me dijo que estaba
enamorada de mí.
(Gerardo y el loco) ¿Y
vos qué hiciste?
(Unai, el sordo) Me
agarró una cosa inexplicable, me corrió una especie de electricidad por el
cuerpo y me levanté casi de un salto de la silla bañadora, pisé el jabón que
estaba en el suelo y me caí, me hice un esguince en el tobillo y otra vez con
la pata levantada por unos días. Recuerdo que le armaron un sumario por no
haber tenido el debido cuidado con el paciente. Pero el esguince no cambió lo
importante, yo me quería bañar tres o cuatro veces por día, hasta que, Susana
dijo que habían sospechado, mandaron un enfermero para que me bañe, de esos que
están dispuestos a bañar a cuanto paciente masculino encuentren y entonces
busqué la vuelta para explicar que yo ya podía higienizarme por mis propios
medios, y además iría rescatando cierta independencia, dije.
(El loco Sánchez)
Claro, no te vas a dejar manosear por un tipo, ¿a ver si...?
(Gerardo) Qué sabés
vos, qué te metés. Dejalo hablar.
(Unai, el sordo)
Susana había conseguido una habitación para mí sólo. Yo, con mis limitados
movimientos, frecuentaba la oficina de la administración, iba a cebar mates, me
había hecho conocido y entonces no le fue difícil que le dijeran que me mudara
a la piecita del fondo, así la llamaban, tenía baño privado. Susana argumentó
que me resultaría cómodo, dada mi dificultad para caminar, en la oficina nadie
le creyó el motivo, pero accedieron porque a ella la querían mucho, y de paso
chusmeaban imaginándose nuestros ratitos íntimos. Un día mientras fingíamos una
ducha con la compañía terapéutica, Susana me dijo: -te voy a decir algo que vos
tenés que saber, soy casada, pero con mi marido está todo mal-.
(Gerardo) ¿Cómo
casada? Y vos… ¿qué hiciste?
(Unai, el sordo) No dejé qué terminara de
hablar, te juro que se me apareció la figura de aquel negro grandote, el
arquero. La memoria me hizo un flash de aquel momento, y me vi envuelto en
vendas nuevamente, una imagen terrible, una situación de mierda, me separé de
ella como eyectado, y volví a caerme, esta vez contra la pata de la cama, con
tanta mala suerte que con un tornillo me abrí desde la rodilla hasta el
tobillo, me tuvieron que coser, doce puntos me pusieron. A Susana no le gusto
mi actitud, me dijo que era un cagón.
(El loco Sánchez) Al
final el Tito tenía razón.
(Gerardo) No seas
estúpido, loco y pavo sos. Dejalo hablar.
Unai, el sordo) A los
gritos me dijo; que cuando una persona quería a otra debía jugarse, que si el
amor era verdadero había que enfrentar la situación, que los cagones pasan por
la vida sin pena ni gloria. Me volvió a decir cagón.
(El loco Sánchez)
Entre la enfermera y el Tito, te la habían puesto como una condición, digamos.
(Gerardo) La próxima
vez que lo interrumpas con una boludez de emboco sin avisarte, ¿estamos?
(Unai, el sordo)
Después de partirle la boca con un beso, con lo poco que memorizaba de aquel
día del partido de futbol y el baile, le conté la verdadera historia, por qué
había llegado yo ahí. Me respondió que me entendía, pero que ésta era otra
historia, que tenía que decidirme, -o vas para adelante o esto se termina acá-
agregó. Mis diecisiete años,observando a una hermosa mujer, me pegaron una
cachetada, pero esta vez para bien, me sacudieron y volví a besarla. Cinco años
de diferencia en ese tiempo eran muchos, si no ponía todo de mí, perdía por
goleada. Ese día salimos dos a dos.
(Gerardo) Partidazo,
jejejeje.
(El loco Sánchez) No
lo interrumpas con pelotudeces.
(Unai, el sordo) Ella
no estaría segura tampoco de lo que debería hacer con su vida, a los veintidós
o veintitrés años no le resultaría fácil resolver su futuro, que tampoco podría
imaginarlo al lado de un pendejo, más de una vez se habrá preguntado si eso no
sería solamente una calentura.
(El loco Sánchez) Y
ella, aparte de ser macanuda, ¿estaba buena?
(Gerardo) Desubicado.
(Unai, el sordo)
Hermosa. El tiempo fue pasando, el país estaba convulsionado políticamente, los
diarios solo mostraban tragedias, salvo algunas noticias aisladas, Carlos
Monzón y sus victoriosas peleas y alguna que otra parecida. Había un viejo que
trabajaba en mantenimiento del hospital, que cada vez que el diario decía algo
de la separación de los Beatles, se ponía loco, -que nosotros deberíamos
escuchar la música nuestra, esos nos deforman el idioma- decía. Susana no lo
quería porque el viejo era conservador, pro milicos, le decía. Una mañana yo me
había peinado con el flequillo en la frente y cuando Hipólito me vio, gritaba,
-te peinaste como esos, sos un marica-.
(El loco Sánchez)
¿Quién era Hipólito?
(Unai, el sordo) El
viejo conservador, era buenazo conmigo, y con Susy también, era ella quién no
lo quería.
(Gerardo) Acá a esas
cosas ni pelota se le dio nunca.
(El loco Sánchez) Acá
lo que importa es el futbol, a lo único que le damos bolilla.
(Unai, el sordo) No sé
cómo habrá sido acá en el interior, lo que sí allá cayó como una bomba fue
cuando quedamos afuera del mundial de México, que empatamos con Perú en la
cancha de Boca, dos a dos, eso fue horrible. Vos sabés que yo nunca le di
pelota al futbol, parece un juego de palabras, pero aquella vez estaba triste,
y ver a la gente tan mal, peor, me ponía yo. Un día Susana me pegó una
levantada bárbara. -Vos no le das ni bolilla al futbol, no podés estar así, con
todo lo que te pasó por culpa del futbol, ¿vale la pena estar cómo estás? Ella
tampoco sabía nada de la pelota, mira que dos situaciones comparaba, el
partidito en una escuela de campo, con un mundial de futbol, al mundial lo
miramos todos. Ustedes acá no lo veían muy bien, tenían que orientar las
antenas de los TV e igual hacían lluvia, me acuerdo que se decía así. Nosotros
allá lo veíamos perfecto, claro que no lo vas a comparar con lo de ahora, el
avance de la tecnología es increíble.
(Gerardo) Está bien,
quedamos afuera, pero eso no importa, ¿y la enfermera?
(Unai, el sordo)
Susana había conseguido que me tomaran como cadete interno, un acomodo que al
hospital le salía dos pesos, pero para mí era importante, no solo por esos dos
pesos, si no que me sentía con una ocupación.
(El loco Sánchez) Un
curro. En todos lados se cuecen habas.
(Unai, el sordo) Así fui conociendo otras
personas, me consideraban una mascota, muchos no sabían mi nombre y me decían
el gauchito, porque había llegado del campo. Todos los días eran iguales, salvo
los que Susana tenía franco, que me sacaba a pasear, me llevaba a conocer
lugares diferentes y siempre la pasamos muy bien. La verdad que no puedo decir
que gracias a ese negro delincuente, del arquero les hablo, mi vida floreció,
pero el haber conocido a Susana en el hospital para mí la vida tuvo un sentido
diferente, nunca dejamos de proyectar juntos y los pasos de uno estaban
directamente relacionados con los del otro. Lo único que nos separaba era que
Susana vivía en su casa y yo en el hospital.
(Gerardo) Y en ese
tiempo, ¿qué era de la vida del flaco Peregrino?
(Unai, el sordo) El
flaco Peregrino también vivía en el hospital, en otro sector, él ya era
camillero. Los días se iban sucediendo, Susana con el paso del tiempo había
ascendido, la nombraron jefa de enfermería y yo seguía haciendo mandados, ya me
mandaban a llevar correspondencia al correo y a otros lados más. Una vez Susy
me dio un paquetito, en un papelito me anotó una dirección y me dijo: -la casa
tiene un jardincito, dejalo debajo del arbolito, toca timbre y listo. Después
fui un par de veces más, con la misma recomendación.
(Gerardo) Paquetito…
(El loco Sánchez)
¿Paquetito?
(Unai, el sordo) No,
no era droga, no, Susy no fumaba y alcohol tomaba muy poco. La primera vez que
fui al cine también me llevó Susana, fuimos a ver,“Ladrón de trenes”, una
película fantasiosa, norteamericana, se trataba de un tipo que había choreado
un palo verde de un tren y después se murió y la viuda quería recuperarlos,
pero… nunca supimos si los encontró o no, era la primera vez que íbamos juntos
al cine y nos fuimos antes del final.
(El loco Sánchez) Esa
noche, arriba Juan, ¿no?
Unai, el sordo) Un día
de febrero del ’74 llegó Susana al hospital con una sonrisa grande, más grande
y más linda que nunca, Susana había logrado el objetivo, en buenos términos
logró separarse de su ex, un buen tipo, según me contaba ella, que tampoco estaba
a gusto en esa pareja, así que fue relativamente accesible la separación. Más
allá de la corta edad de los dos, y porque habían tenido una historia
compartida desde muy adolescentes supieron resolverla. Susana sacó de una bolsa
que colgaba de su hombro un paquete de masas finas, nos endulzamos, nos
besamos, nos amamos.
(El loco Sánchez)
¿Otra vez?
(Unai, el sordo) Y qué
querés, la felicidad había golpeado a nuestra puerta. Cuando ella terminó su
turno le propuse salir a caminar, disfrutar del sol, hacía calor, yo quería
mojarme en su cuerpo, ella tenía mucho para dar.
(El loco Sánchez) Dale
que va.
Unai, el sordo) Susy
me miró otra vez ampliando la sonrisa, -Gorostiaga, paso a paso, hoy tengo
reunión con unos compañeros en la casa de uno de ellos, nada importante, pero
hay que cumplir con los compromisos-, aclaró. Nuestros encuentros en la piecita
del fondo y las salidas al cine se fueron repitiendo seguido, pero también se
repetían las reuniones de Susy con sus compañeros, cuando le preguntaba para
que se reunían, siempre me contestaba lo mismo, -ya lo vas a ver, nada
importante, cuestiones de trabajo-. Hasta se me ocurrió preguntarle si era en
el sindicato, o porqué no se juntaban en el mismo hospital, -me voy tengo que
pasar por las salas- me respondía generalmente.
(El loco Sánchez) ¿Y
por qué no te contaba de qué hablaban en las reuniones?
(Gerardo) ¿Te podes
callar? Qué tipo metido, por favor.
(Unai, el sordo) El
veinte de febrero de 1974, no me olvido más, volvía del correo y al pasar por
el hall vi a Candelaria, a mamá, sentada y con un sobre en la mano, como ya
habíamos vuelto a los abrazos nos apretujamos bastante, mamá no estaba alegre,
algo le pasaba. A la pregunta se la hice con la mirada, y sus lágrimas le
inundaron las mejillas. El sobre encerraba el informe no deseado, mi hermana
estaba internada esperando el momento de la partida, -esa larga enfermedad-
decía mami, sin dejar de llorar, a la vez que me pedía que perdone a mi
hermana. Yo no tenía problema, si al final ella se enojó conmigo porque le comí
una pata de pollo que le hubiera correspondido, nueve años tenía yo. Después de
estar juntos casi un día y sin hablar o hablando muy poco, salvo algo
relacionado a la larga enfermedad, yo pretendí nombrar al cáncer y Candelaria
me paró en seco, cuando llegó la hora la acompañé hasta la estación, subió al
tren y asomándose por la ventanilla me pidió que me vuelva al pueblo, que yo
era lo único que le quedaba. Yo también lloré, pero ella no me vio, la que me
vio fue Susana, que salió un rato antes para despedirse de mamá, pero no llegó
a tiempo. El tren se llevaba a una madre destrozada.
(Gerardo) Pobre tu
mamá, que buena que era.
(Unai, el sordo) Yo
estaba triste, ver a mi madre así y sin poder hacer nada, sentía rabia,
impotencia, no sé, nunca puedo explicar lo que sentí ese día. Susana me abrazo
fuerte y caminamos en silencio hasta la puerta del hospital, la puerta de mi
casa. No quería estar sólo y me daba cosa que ella se metiera nuevamente ahí
adentro después de haber pasado ocho horas de trabajo intenso. Nos miramos y se
puso tensa, de su cartera socó un sobre que lo que primero dejó ver era el
escudo de la república argentina. El ejército y la patria me reclamaban. El
once de marzo de mil novecientos setenta y cuatro, después de despedirme de
Susana, no sin lágrimas, me presenté en el cuartel para incorporarme a las
filas del ejército. Mi vida dio otro vuelco, por primera vez no me sentía
contenido, todo lo contrario, yo era una pelota que saltaba y saltaba, todos me
gritaban, todos. Un día, después del almuerzo, a una hoja de acelga flotando en
agua caliente le llamaban sopa, un sargento, el sargento Brisgas, nos dijo que teníamos
una hora para escribir una carta a los familiares y que les contáramos lo bien
que la estábamos pasando, pero antes nos dio un enfervorecido discurso referido
a que nosotros debíamos estar atentos porque la subversión era el enemigo que
atacaba desde la clandestinidad, que la izquierda, que el erp, que montoneros y
casi se nos fue la hora que teníamos para escribir. Yo apenas si tuve la
ocurrencia de escribirle que la quería y que se cuide de los montoneros, a
Candelaria también le escribí, con otras palabras, claro. Cuando entregamos los
sobres cerrados el sargento nos dijo que a medida que fueran llegando las
correspondencias de nuestros familiares, él mismo la repartiría. A la semana
siguiente todos o casi todos mis compañeros recibieron cartas de sus familias,
yo sólo de mamá, Susana no me respondió. A los diez días le escribí nuevamente,
ya con más tiempo, hasta le conté lo que ella ya sabía, le decía a mi manera lo
que representaba para mí, y me quedé esperando al cartero que nunca llegó. Y se
fueron sucediendo mis cartas y no tuvieron respuestas. Decí que los milicos no
nos daban tiempo para deprimirnos, nos tenían cagando, ustedes no entienden
porque se salvaron por número bajo, y a la noche se me ponía feo, ahí sí
pensaba, pensaba que cuándo saliera de franco me la iba a encontrar en el
hospital, ¿y con qué cara me iba a mirar? ¿Qué me iba a decir, qué volvió con
su antiguo amor? ¿Qué conmigo fue un error?, ¿sólo una calentura? Yo estaba
mal, ¿por qué no me contestó ninguna de mis cartas? A esa pregunta me la hice
mil veces. Había momentos que por lo menos la hubiera insultado, pero
pensándolo mejor, ¿qué tengo yo para decirle?, si no es un gracias grandote,
estirando la última silaba como lo hacía ella.
(Gerardo) Y… en esos
casos no sabés como reaccionar o la agarras del cogote o te tiras a los pies
para que vuelva.
(El loco Sánchez) Y…
si estaba buena, que vuelva.
(Unai, el sordo) Al
poco tiempo de estar incorporado estuve en la enfermería con un problema
bronquial agudo, además de mi problema de movilidad, de ahí me derivaron a
junta médica, me detectaron asma bronquial, una pierna más corta, apenas más
corta, y me dieron la baja. Deficientes en actitudes físicas, decía lo que
alguien escribió en la libreta y con sello del ejército argentino se completaba
la leyenda de que había servido a la patria. Le avisé a mi vieja con un
telegrama, pidiéndole perdón por no haber escrito más que aquella primera
carta, y me fui para mi lugar, debía reiniciar mi trabajo, ya sabía que al
reincorporarme mi puesto sería de camillero.
(El loco Sánchez) Mirá
Gerardo si un día, al sordo, se le aparecía el arquero entre los internados y
éste lo tenía que llevar en la camilla, se la vuelca, éste se la vuelca,
seguro.
(Gerardo) No le cortes
la conversación.
(Unai, el sordo) El colectivo que me dejó en
la puerta del hospital tardo bastante en llegar, pero aun así, no tuve tiempo de acomodar mis ideas, no
sabía cómo reaccionar al encontrarme con Susana.
(Gerardo) Yo la agarro
del cogote.
(El loco Sánchez) Qué
vas a agarrar del cogote, ¿a una mina vas a cogotear?, animal.
(Unai, el sordo) Al
primero de los conocidos que encontré fue a Hipólito, Hipólito me dio un abrazo
no frecuente, yo no sabía de qué, pero de algo tenía que sospechar, tenía los
ojos con brillo. Lo apreté bien fuerte y le clavé la mirada. –“Se decía que andaba
en algo raro, la agarraron en la casa de un compañero, siete eran y no
aparecieron más”-, me dijo con voz quebrada.
(Gerardo) ¿Y qué
hiciste? ¿Puteaste?
(Unai, el sordo)
Lloré, lloré mucho abrazado a Hipólito. Desde alguna nube me mira para cuidarme
(El loco Sánchez) ¿Era
zurda?, ¡qué hija de puta… y nunca te contó nada, qué basura! Con razón la rajó
el marido, no habrá querido tener problemas. Pero… que hija de puta.
(Gerardo) Callate,
animal, ¿no ves cómo está?, destrozado está. Ahora, ¿nunca te insinuó nada?,
eran bravos eh. ¿Nunca se te cruzó por la cabeza que alguna idea rara tendría?,
¿por qué nunca te contó de las reuniones?, eran jodidos, che.
(Unai, el sordo)
Susana y yo vivimos un tiempo de amor, nunca se me ocurrió juzgarla.
(El loco Sánchez) Debe
haber sido jodido vivir allá en esa época.
(Unai, el sordo) Si,
claro, es jodido vivir sin entender al mundo, siempre, en todos los tiempos, en
aquellos años y ahora también.
(El loco Sánchez) El
problema es porque el mundo está lleno de mujeres, y hacen quilombo, son
quilomberas.
(Gerardo) Te
desubicas, te desubicas, no seas infeliz, ¿qué tenés que decir de las mujeres?
(Unai, el sordo) Mi
vida sin Susana fue otra cosa. Loco, hace cuarenta y nueve años y no me la
puedo sacar de la cabeza. A veces hablo de ella como si estuviera a mi lado. No
salgo a ninguna parte. Hoy me acompañó el flaco Peregrino, vine a traerle unas flores
a la vieja, pobre Candelaria, al final siguen juntas con mi hermana, a ella
también le puse flores. Una pata de pollo, que locura, no hablarnos por una
pata de pollo.
(Gerardo) Qué cagada,
dejame que te abrace, sordo.
(El loco Sánchez)
Alguna vez se pusieron a pensar como juega la vida con nosotros, una pelotudes
nos deja de un lado o del otro, no es casualidad, amigos, es el destino que ya
está marcado, es el destino, fuiste a jugar un partido y mirá adónde apareciste
y con diferentes personajes.
(Unai, el sordo) Nooo…
fui al baile, lo del partido fue un relleno para ese día.
(Gerardo) En esta le
dio la razón al loco, lo que te cambió la vida fue un gol.
(El loco Sánchez) Un
gol, un gol fue el disparador para que todo cambie radicalmente, y fue el
cuarto, ¿con qué necesidad? Qué íbamos a imaginar que Ayolas, por hijo de puta
nomás, cambiaría los destinos de tanta gente. El flaco Peregrino, por ejemplo,
terminó de camillero en un hospital que él no sabía que existía. Su sueño había
sido ser árbitro de futbol profesional, desde chiquito lo tuvo claro, si hasta
había conseguido un contacto para que le facilitara un certificado de quinto
año, trucho, así le había prometido un amigo que él tenía, que decía tener
influencia sobre los padres qué eran abogados.
(Unai, el sordo) Para
ustedes fue un gol, para mí fueron Tormenta y Nino Bravo. Si le miro el lado
positivo, gracias a ellos y al arquero conocí a Susana. Gente, Susana fue mi
gran amor. Qué me importa lo que pensaba de la política, ella defendió sus ideales,
y me hizo gozar del amor.
(El flaco Peregrino)
Ya lo bañé y lo peiné. ¿No está más lindo ahora?
(Tito) Perdón sordo.
El flaco me contó tu historia tan triste, perdón. Y también se acordó del ramo
de flores para la seño. Fue una joda, sordo.
(Unai, el sordo) Vos
decí lo que quieras, ya no me importa el ramito, ahora me saqué las ganas de
pegarte una piña, hace cincuenta y cuatro años, tres meses y cinco días de la
última trompada que te di, esperaba este momento.
FIN.